EPIDEMIA DE CÓLERA EN YEMEN La República de Yemen, el pequeño y empobrecido país de la península arábiga, confronta uno de los peores brotes de cólera de los últimos años. En un país arruinado por años de guerra civil, tratar a un niño con cólera supone los ingresos mensuales de una familia media. En gran parte del mundo el cólera hay que buscarlo en los libros clásicos de microbiología. Se trata de una enfermedad infecciosa bacteriana transmitida por Vibrio cholerae, que se contagia a través del agua contaminada con materia fecal de personas infectadas. En el siglo XIX los brotes epidémicos eran frecuentes; y la mortandad, causada por deshidratación y masiva pérdida de electrolitos, era elevada. Los sistemas de saneamiento y potabilización del agua han erradicado la infección en los países desarrollados. Persiste, sin embargo, en los países pobres, con graves deficiencias en el procesamiento de las aguas residuales. Aun así, cuando los enfermos son tratados adecuadamente, mediante rehidratación intravenosa y antibióticos, la infección se resuelve con relativa facilidad. La guerra de Yemen, en forma de brotes esporádicos de violencia, ha dañado sus precarias infraestructuras, ahondado la pobreza, la desnutrición y la falta de higiene. La incidencia de cólera también ha aumentado en el «Cuerno de África», donde también existen conflictos latentes que imposibilitan llevar a cabo programas de salud pública. Según algunas estimaciones, desde 2014 se han contabilizado 96.000 casos de cólera en Somalia, Sudán del Sur, Etiopía y algunas regiones de Kenia. Sin embargo, la actual crisis del cólera en Yemen es mucho más dramática: afecta a 21 de las 22 provincias del país, con 269.608 personas contagiadas y, al menos 1.614 fallecidos (agosto 2017). La morbilidad y mortandad del cólera actual en Yemen supera el número total de casos en todo el mundo durante el año 2015, según registros de la Organización Mundial de la Salud. El actual conflicto en Yemen (fotografía de la ciudad antigua de Saná, la capital, una de las ciudades más bellas del mundo a decir de los viajeros románticos) comenzó cuando los hutíes, una escisión de los chiíes (una de las dos ramas del Islam) tomaron el control de la capital, Saná en el año 2014, derrocando al gobierno. Su poderoso vecino del norte, Arabia Saudí, en colaboración con otros países suníes y Estados Unidos, bombardearon la capital y otras regiones para tratar de expulsar a los hutíes a partir de marzo de 2015. Su objetivo era reinstaurar el gobierno de Abdu Rabbu Mansour Hadi, reconocido internacionalmente. No lo han logrado, pero los ataques aéreos han matado a más de 8.000 personas y desplazado a más de tres millones, en un éxodo olvidado. La República de Yemen (nombre oficial del país) estuvo bajo el manado del Imperio Otomano desde 1517 hasta su desaparición al final de la Primera Guerra Mundial, 1918. El golfo de Adén fue campo de batalla entre los ejércitos otomano y británico durante la Primera Guerra Mundial. En 1918 se proclamó el Reino de Yemen bajo Iman Yahya. Iman Yahya fue asesinado en 1948, siendo sustituido por su hijo Ahmad hasta 1962. Tras su muerte, el ejército tomó el poder bajo el mando del general Abdullah al-Sallal, proclamando la República Árabe de Yemen, respaldado por Siria y Egipto. Sin embargo su vecino del norte, Arabia Saudí, otorgó su apoyo a las tribus yemeníes que se mantuvieron leales al hijo de Ahmad, nieto de Iman Yahya. Se desencadenó una guerra civil entre el gobierno militar y las tribus rebeldes. La guerra civil terminó en 1967 cuando Nasser retiró las tropas egipcias tras la «Guerra de los Seis Días». Abdullah al-Sallal renunció abriendo el camino a gobiernos moderados. En abril de 1970 hubo un proceso de pacificación general. En diciembre de 1989 se redactó una constitución bajo la que se consiguió la unificación del país en mayo de 1990. Yemen entró a formar parte de las Naciones Unidas, llegando a ser miembro del Consejo de Seguridad durante la denominada Crisis del Golfo (1991). El deterioro social que ha traído el conflicto actual empeoró a partir del mes de octubre de 2016, cuando los funcionarios públicos dejaron de recibir sus emolumentos. La situación se tornó enseguida catastrófica, la basura no se recogía, contaminando los pozos (principal fuente de suministro para gran parte de la población). La llegada de la estación lluviosa a partir de abril agravó el escenario. Los casos de cólera aumentaron de manera dramática. No todas las personas que se exponen al Vibrio cholerae contraen la enfermedad. Sin embargo, en lugares como Yemen, donde más de 14 de los 27 millones de habitantes carecen de abastecimiento de agua potable, y alrededor de 17 millones están malnutridos (en particular los niños), la vulnerabilidad a la infección aumenta de manera espectacular. Muchas personas sobreviven a base de té, pan y khat. No tienen acceso, o muy esporádicamente, a cualquier otro alimento. Existe una dramática carencia de proteínas en su alimentación. Para empeorar las cosas, el conflicto ha destruido o dañado gravemente los dispensarios médicos y los hospitales. Solo aquellos pacientes con capacidad económica, aunque precaria, son atendidos. Los demás se deben conformar con morir, entre incontroladas diarreas, en las condiciones más inhumanas imaginables. Ya antes de la guerra, Yemen, un país muy montañoso, era una de las naciones más pobres del mundo árabe, carente de infraestructuras dignas de tal nombre. Ahora, tras la destrucción de puentes y los cráteres en las carreteras causados por los bombardeos, es prácticamente imposible viajar fuera de la capital. Muchas familias se ven obligadas a vender sus paupérrimas pertenencias para poder trasladar a sus familiares enfermos hasta los hospitales y dispensarios. Los traslados son tan difíciles que muchos mueren durante el viaje, víctimas de la grave deshidratación que causa la infección por cólera. La existencia de facto de dos Administraciones complica la situación. Teóricamente los medicamentos (antibióticos, soluciones de rehidratación oral), y pañales se pueden conseguir gratuitamente. Pero la corrupción obliga a la población a comprarlos en farmacias privadas o en el mercado negro. Los escasos sanitarios también sucumben a la infección, debido a las condiciones de suciedad y falta de recursos básicos en que se ven obligados a trabajar. Naciones Unidas necesita $2 billones para llevar a cabo un programa urgente para poner freno a la epidemia. Por ahora solo ha recaudado el 29% de esta cantidad. En estas sociedades los prejuicios juegan contra los propios ciudadanos. Los más pobres de los pobres tratan de ocultar que padecen la infección para no ser tildados de parias. Cuando llegan a los hospitales su situación clínica es muy grave. Al principio la epidemia se cebó en las regiones más pobres. Pero ahora se ha extendido a otros estamentos sociales menos desfavorecidos. Para poder abordar el problema es necesario que cese la guerra. Una primera etapa es que la comunidad internacional tome conciencia de la situación. La segunda etapa es que termine la guerra, a fin de poder recuperar unas mínimas infraestructuras y condiciones de seguridad para poder llevar a cabo programas básicos de salud que alivien la dramática situación de los yemeníes. Zaragoza a 14 de agosto de 2014 Dr. José Manuel López Tricas Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria Farmacia Las Fuentes Zaragoza |
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