ANTES QUE ÉBOLA TUVIERA NOMBREAño 1967. El joven virólogo belga Peter Piot tenía 27 años cuando se aventuró en el más salvaje corazón del bosque lluvioso africano, el verdadero Corazón de las Tinieblas, siguiendo el trazo de un Leviatán invisible, un virus terrible que él ayudó a descubrir. Antes de su viaje, el joven microbiólogo había recibido en su laboratorio de Amberes, Bélgica, un envío refrigerado conteniendo muestras de sangre de una monja flamenca fallecida en lo que entonces era Zaire, hoy República Democrática del Congo. Junto con la muestra, el médico zaireño que le remitió las muestras le indicaba que la monja había muerto por una fiebre hemorrágica. Uno de los tubos de ensayo llegó intacto; el otro estaba roto, habiéndose mezclado su contenido con hielo fundido para dar lugar a una especie de sopa de color rojizo. Pronto se descubrió que la monja fallecida era una entre más doscientas personas, incluyendo médicos y enfermeras, que habían muerto a lo largo de tres semanas en Yambuku, una remota aldea no lejos del río Ébola. Las primeras sospechas se dirigieron hacia la fiebre amarilla como posible causa de la epidemia. Pero los resultados fueron negativos para este virus; y las muestras tampoco contenían indicios de cualquier otro virus conocido hasta entonces. El nuevo virus recibió el patronímico del río que baña la región donde se sitúa Yambuku, el río Ébola, hoy mundialmente conocido. El equipo del Dr. Piot manipuló las muestras del virus en unas condiciones que hoy parecerían suicidas, con unos sencillos guantes de laboratorio, sin protección adicional. En su estudio tomaron pequeñas cantidades de sangre del tubo que llegó intacto al laboratorio de Amberes (Bélgica), llevando a cabo análisis estandarizados para todos los virus que se sabía daban lugar a fiebre hemorrágica, tales como los virus Lassa, Marburg y dengue. Así mismo, inyectaron sangre de la monja fallecida (proveniente del tubo de ensayo intacto) en células que crecían en cultivo (in vitro), y en cerebros de ratones (in vivo). No hallándose ningún agente responsable, se creyó que el virus habría sido destruido durante su traslado en avión desde Zaire. Sin embargo, al cabo de una semana de haber inyectado muestras en los cerebros de los ratones, éstos comenzaron a fallecer, evidenciando que el germen infeccioso había sobrevivido al viaje en avión y a la no muy cuidadosa manipulación posterior. En la década de 1970 solo había tres laboratorios fuera de la entonces Unión Soviética, con tecnología adaptada a la manipulación de virus mortíferos. Eran estos: Porton Down, cerca de Londres, Fort Detrick, una base militar en Maryland, y lo que actualmente es el Centers for Disease Control and Preventión (más conocido por su acrónimo CDC), en Atlanta, ambos en Estados Unidos. La Organización Mundial de la Salud sugirió que los virólogos belgas enviasen las muestras estrictamente selladas al laboratorio londinense. Sin embargo, los británicos decidieron reenviar las muestras al CDC en Atlanta, que era el laboratorio mundial de referencia en el estudio y manipulación de virus hemorrágicos. Los microbiólogos de Amberes se guardaron algunas muestras del material para su estudio. Su observación bajo el microscopio electrónico evidenció que se trataba de un nuevo virus, alargado e inmenso para las habitualmente exiguas dimensiones de un virus. Guardaba cierta semejanza con el virus Marburg. Los estudios realizados en el CDC de Atlanta confirmaron las conclusiones a que había llegado el equipo belga. El nuevo virus pasó a ser conocido mundialmente como virus Ébola. El intrigante enigma hizo que científicos norteamericanos, franceses y sudafricanos se desplazaran a Zaire en busca del misterioso virus hemorrágico. El gobierno belga fue al principio reticente a otorgar fondos para que sus científicos pudiesen continuar sus investigaciones en la antigua colonia. Finalmente, movidos por el prurito político y científico de no perder una investigación que ellos habían iniciado, asignaron una partida presupuestaria a los microbiólogos belgas que, de esta guisa, pudieron llevar a cabo sus trabajos de campo en el antiguo “Congo Belga”. Otras dos monjas belgas infectadas con el virus Ébola fueron evacuadas desde el foco infeccioso, en Yambuku, hasta Kinshasa, la capital zaireña. Apareció el espectro de una inminente epidemia con riesgo de extenderse entre millones de personas que malvivían en Kinshasa; y en Brazaville (capital de Congo, denominada Congo-Brazaville para diferenciar ambos países). Ambas capitales, Kinshasa y Brazaville están separadas únicamente por el cauce del río Congo. En medio de este poco atractivo panorama llegaron a Zaire Peter Piot y sus colegas. Muy pronto resultó evidente que la expansión de la infección por el virus hemorrágico Ébola era debido a la compartición de agujas y jeringuillas, junto con la costumbre muy asentada en las culturas africanas de lavar los cadáveres antes de su enterramiento. Esta misma tradición ha expandido el virus en la actual epidemia que surgió en Guinea Conakry el pasado mes de febrero (2014). Unos meses después del brote en Zaire (actualmente República Democrática del Congo), apareció otro brote de virus Ébola en Sudán (hoy dividido en dos países: Sudán y Sudán del Sur). Continúa siendo un misterio cómo el virus surgió en dos regiones tan distantes y aisladas, sin contacto entre ellas. El marco conceptual se asemeja a lo que sucede actualmente con los brotes epidémicos del oeste africano (Sierra Leona y Liberia principalmente) y el bosque centroafricano (República Democrática del Congo). En unas recientes declaraciones, Peter Piot ha afirmado que, en su opinión, surgirán (o se descubrirán) más virus como el Ébola. Tal vez han estado siempre allí, esperando en lo más profundo del Corazón de las Tinieblas. Zaragoza, 9 de octubre de 2014 Dr. José Manuel López Tricas Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria Farmacia Las Fuentes Florentino Ballesteros, 11-13 50002 Zaragoza
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