OBITUARIO DE FRANCES OLDHAM KESLEY En septiembre del año 1970 la Food and Drug
Administration (FDA) norteamericana recibió la documentación para la autorización del medicamento Kevadon. En principio simples trámites burocráticos. Este medicamento, desarrollado por la empresa farmacéutica alemana Grünenthal
Chemie, ya se prescribía en Europa para el tratamiento de las náuseas habituales durante el embarazo. El informe fue estudiado por Frances Oldham Kelsey, entonces una joven médico de familia recién llegada a Washington para trabajar en la FDA. No actúo de la forma rutinaria que se esperaba. Antes al contrario, exigió al fabricante norteamericano, William S. Merrell, de Cincinnati, información complementaria antes de dar el visto bueno para la aprobación del medicamento en el atractivo mercado farmacéutico norteamericano. William S. Merrell respondió a la solicitud. Sin embargo, la Dra. Kelsey no se conformó con la respuesta recibida. Exigió más datos. El poderoso William S. Merrell protestó a los directivos de la FDA (jefes de la Dra. Kelsey) ¿Cómo una joven burócrata podía retener toneladas de fármaco en los almacenes de la empresa con grave perjuicio económico? Este retraso fue vital. A finales del año siguiente, 1961, comenzaron a nacer en Europa niños con graves deformidades, las más llamativas brazos y piernas como aletas de pez. Sus madres habían usado talidomida durante su embarazo. Más tarde se supo que una única dosis podía ser suficiente para desencadenar las terribles secuelas. Los casos se produjeron no solo en Europa, sino también en Canadá (país de donde era originaria Frances Oldham Kelsey) y Oriente Medio. La actitud de Frances Oldham Kesley, fallecida en agosto (2015), le valió ser considerada la vigésima heroína norteamericana. Evitó que decenas de miles de niños norteamericanos nacieran con impresionantes aberraciones físicas. Entre otros muchos reconocimientos la Dra. Kelsey recibió la más alta condecoración civil de Estados Unidos entregada de la mano del entonces Presidente John
Fitzgerald Kennedy (véase fotografía al comienzo del artículo). Durante el acto de entrega Kennedy declaró que “su juicio excepcional a la hora de evaluar la seguridad de un medicamento destinado a uso humano previno una inmensa tragedia en Estados Unidos, al evitar el nacimiento de miles de niños con graves deformidades”. Frances Oldham
Kesley recibió la Orden de Canadá justo el día anterior a su óbito, en una ceremonia privada en casa de su hija, Christine Kelsey, con quien vivía, en London, Ontario, Canadá. A raíz del impacto mundial por los efectos teratógenos de la talidomida, la Food and Drug Administration (FDA) creó una sección diferenciada para analizar con detalle los nuevos medicamentos destinados a uso humano. Se establecieron nuevas normas que priorizaron la protección a la población frente a los conflictos de intereses de médicos, políticos y la poderosa industria farmacéutica. Estas regulaciones han sido adoptadas, con mínimas modificaciones, por los Organismos Reguladores de Medicamentos en gran parte del mundo. Frances Oldham había nacido en Cobble Hill, en la isla de Vancouver, Columbia Británica, el 24 de julio de 1914, uno de los tres hijos de Frank y Katherine Stuart Oldham. Tras estudiar en Victoria (capital de Columbia Británica) se licenció en la universidad McGill (Montreal) en el año 1935. Posteriormente se doctoro en farmacología en la universidad de
Chicago, Illinois, Estados Unidos, en el año 1938, iniciándose como profesora asistente de farmacología. Contrajo matrimonio en el año 1943 con Fremont Ellis Kelsey, un colega de la universidad, fallecido en 1996. Tras conseguir el “grado” en medicina en la universidad de Chicago en 1950, la Dra. Kelsey trabajó en la editorial de la revista American Medical Association Journal (denominación actual: JAMA, de Journal of the American Medical Association) en la misma ciudad, durante un bienio. Después se trasladó a Vermillion, South Dakota, donde ejerció durante un trienio como docente de farmacología, dedicándose los siguientes seis años a la medicina privada. En el año 1956, Frances Oldham Kelsey obtuvo la nacionalidad norteamericana. Cuando su esposo fue contratado en los National Institutes of Health, en Washington en 1960, la Dra. Kelsey fue contratada en la FDA. Su trabajo consistía en evaluar las solicitudes para la autorización de nuevos medicamentos. Puede parecer un trabajo muy importante. Ciertamente lo es hoy día, pero no lo era tanto en aquellos años. Casualmente Kevadon (talidomida) fue uno de los primeros asuntos a los que hubo de enfrentarse. La talidomida se había desarrollado en la entonces República Federal de Alemania en el año 1957, introduciéndose en el mercado farmacéutico europeo como un “excelente sedante”. Muchos médicos lo empezaron a prescribir a mujeres para controlar las náuseas durante el embarazo. Hasta la tragedia de la talidomida, la autorización de nuevos medicamentos era poco más que un conjunto de rutinarios trámites burocráticos, rellenar formularios, estampar sellos y firmar los documentos. William Merrell no tenía dudas que la autorización de Kevadón sería rápida. De hecho su empresa tenía almacenadas toneladas de medicamento; y más de mil médicos estadounidenses habían recibido muestras del producto, teóricamente con fines de investigación. Los retrasos de la autorización del fármaco fueron vistos como la actitud quisquillosa, casi impertinente, de una joven farmacóloga. La decisión de requerir información más detallada y exhaustiva estaba bloqueando la obtención de sustanciosos beneficios por parte del laboratorio farmacéutico. Frances Oldham Kelsey continuaba rehusando firmar la autorización para comercializar Kevadón. Mientras no daba su brazo a torcer, exigiendo más y más pruebas al laboratorio, cayó en sus manos una Carta al Director de la revista médica británica The British Medical Journal en la que un médico daba cuenta de la posible relación entre la toma de talidomida por una mujer embarazada y el nacimiento de su hijo con graves deformidades de brazos y piernas. La Dra. Kelsey hizo llegar a Merrell la información acerca del posible efecto teratógeno. La compañía farmacéutica respondió arguyendo que no se podía extrapolar tal relación causal a partir de un caso puntual. Sin embargo Merell inició su propia investigación. Pasado el tiempo, la Dra. Kelsey dejó escrito que durante sus reuniones con directivos de la compañía farmacéutica tenía la percepción de insinceridad. Apenas un semestre más tarde el número de casos que vinculaban a la talidomida con graves efectos teratógenos crecía sin cesar. Los casos de focomelia adquirieron registros casi epidémicos. Merrell retiró la solicitud de autorización de Kevadón cuando los “niños de la talidomida”, como se los denominaba, comenzaron a nacer en diversas regiones del mundo, donde se había autorizado y prescrito el fármaco. Se intentaron recuperar todas las muestras de Kevadón entregadas a los médicos. Sin embargo algunas habían sido suministradas a mujeres embarazadas. Diecisiete niños nacieron con focomelia en Estados Unidos. Trágico, pero un número mínimo gracias a la resistencia de Frances Oldham Kelsey frente a la poderosa industria farmacéutica. No existe un registro mundial de los niños afectados por la talidomida, si bien se estiman en varias decenas de miles, solo en Europa. Muchos de los niños (hoy adultos en la sexta década de sus vidas) nacieron sin brazos o piernas, solo con apéndices del tronco (ver fotografía que acompaña al texto); otros carecían de pabellones auditivos; además de alteraciones internas en órganos como esófago o intestino. Un número indeterminado ni siquiera llegaron a nacer. La notoriedad de Frances Oldham Kelsey creció tras un artículo publicado en The Washington Post. Ella insistió que el mérito también correspondía a Oyam Jiro, farmacólogo, y Lee Geismar, químico, quienes compartieron y apoyaron su decisión. Sin embargo la valiente actitud de Frances Oldham Kelsey fue usada por la Administración Kennedy para modificar las regulaciones sobre la aprobación de nuevos medicamentos, exigiendo más información a los fabricantes, a la vez que se retiraron del mercado un sinnúmero de medicamentos de dudosa eficacia. En el año 2000, Frances Oldham Kelsey entró a formar parte del Salón de Mujeres Célebres, junto con Helen Keller, Eleanor
Roosvelt, Margaret Mead, y otras varias. Frances Oldham Kelsey se retiró en el año 2005. En el año 2010, Margaret
Hamburg, entonces administradora general de la FDA, creo un premio con su nombre que se otorga con periodicidad anual. Hoy se sabe que la talidomida tiene acciones antiinflamatorias e inmunmoduladoras, incluyendo la inhibición incompleta y selectiva del Factor de Necrosis Tumoral (TNFα, de su acrónimo en lengua inglesa). Talidomida ejerce otras acciones sobre diversos aspectos de la inmunidad (quimiotaxis leucocitaria, fagocitosis por los polimorfonucleares, interleucinas e interferón-γ). Uno de los efectos de la talidomida es inhibir la angiogénesis (formación de nuevos vasos sanguíneos). Tal vez se halle en esta acción la explicación de sus impresionantes consecuencias en el desarrollo fetal, pero también de su actual utilidad farmacéutica en diversas patologías, entre ellas tumores sólidos, sarcoma de Kaposi y enfermedad de Crohn. Siempre recordaré la actuación en el auditorio de Zaragoza (donde vivo) del barítono alemán Thomas Quasthoff, nacido en 1959, un afectado por la talidomida. Como él, todas las personas víctimas de la peor tragedia causada por un medicamento, son un ejemplo viviente de los riesgos de una regulación poco exigente en el ámbito farmacéutico. Recordar también que la vigilancia de los potenciales efectos adversos de los fármacos (farmacovigilancia) es una consecuencia directa de la historia de la talidomida. Zaragoza, 25 de agosto de 2015 Dr. José Manuel López Tricas Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria Farmacia Las Fuentes Florentino Ballesteros, 11-13 50002 Zaragoza |
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