Tal vez el nombre de Patrice Lumumba diga poco en estos
tiempos de zafiedad y mediocridad. Pero para millones de personas de África su
figura representó el emblema de un sueño de justicia y prosperidad, tristemente
frustrado.
El 17 de enero de 2011 se conmemoró el
quincuagésimo aniversario del asesinato de un hombre de tan solo 36 años,
menudo, con perilla y sempiternas gafas oscuras. Un año antes, con tan solo 35,
fue el primer líder africano elegido democráticamente para gobernar un inmenso
país, tan extenso como toda Europa, conocido como República Democrática del
Congo, referido como Congo Belga hasta su independencia en 1960, más tarde
Congo; y, a partir de 1971 Zaïre,
siguiendo la política de autenticidad del entonces presidente Joseph Désiré Mobutu Sese Seko. Era la terra incognita de la que solo se tuvo
noticia tras el viaje de Henry Morton
Stanley cuando en 1871 descendió el río Congo, rebautizado río Zaïre.
Este casi inabarcable territorio, el
“corazón de las tinieblas” del polaco Joseph
Conrad, que esconde enormes recursos naturales, fue propiedad particular
del rey de Bélgica, Leopoldo II. El parlamento belga confiscó la propiedad real
en 1908, convirtiéndose en colonia del estado belga, pasando a denominarse
Congo Belga. Tras diversos enfrentamientos con los nacionalistas congoleños, en
el año 1960 se organizaron elecciones parlamentarias, aun cuando continuaba
siendo un régimen fiduciario. La situación se hizo insoportable y los
acontecimientos se precipitaron hasta la total independencia en junio de ese
mismo año, 1960. Con insoportable arrogancia el entonces Rey de los belgas
(Balduino) se dirigió a los dignatarios congoleños afirmando: “demostrarnos que
sois merecedores de nuestra confianza”.
A pesar de la recién estrenada
independencia, los inversores belgas y sus amigos europeos y norteamericanos
continuaron explotando en beneficio propio las plantaciones y la minería
(diamantes, oro, uranio, cobre).
Congo celebró su independencia el 30
de junio de 1960, seis meses después de que el gobierno belga diera a conocer
su inesperada decisión, siendo Joseph
Kasavubu, el primer Presidente y Patrice
Emergy Lumumba el Primer Ministro del nuevo e inmenso estado africano.
Patrice Lumumba había trabajado como agente postal hasta
1957, cuando fundó el Movimiento Nacional Congoleño, que agrupó a distintas
facciones nacionalistas radicales. Tras tomar parte en la conferencia
panafricana de Accra (capital de Gana) en 1958, y estar un tiempo en
prisión, fue liberado para ser interlocutor en la Conferencia de Bruselas en
enero de 1960.
Tras la independencia del Congo, se
produjeron numerosos ataques contra los occidentales, en especial contra los ex
colonos belgas. Muchos buscaron refugio en la provincia de Katanga (actual Shaba),
una región con grandes riquezas minerales donde, con ayuda de mercenarios
blancos, establecieron un gobierno paralelo dirigido por Moïse Tshombe. El nuevo gobierno congoleño solicitó ayuda al
entonces Secretario General de Naciones Unidas, el sueco Hammarskjöd, quien envió una fuerza pacificadora. Unos meses más
tarde el propio Hammarskjöd
fallecería en un sospechoso accidente aéreo mientras volaba sobre Rodesia del
Norte (región que pertenece actualmente a Zambia). Las fuerzas pacificadoras
fueron insuficientes para restablecer el orden en el inmenso país, surgiendo
gobiernos secesionistas en varias regiones: Katanga,
Kisangani (antigua Stanleyville) y Kasai. Fue un lustro convulso. Terminó en 1965 con el golpe de
estado de Joseph Désiré Mobutu Sese Seko,
que trajo el derrocamiento de Jospeh
Kasavubu, quien se retiró a su granja, falleciendo pocos años más tarde, en
1969.
Al comienzo del lustro comprendido
entre 1960 y 1965, que llegaría a ser conocido como la “crisis del Congo”, un
célebre discurso de Lumumba,
dramático y profundamente enojado, pronunciado en el recién estrenado
parlamento congoleño, llamó la atención del mundo. Patrice Lumumba habló de la violencia y humillación del
colonialismo, del expolio despiadado de las ricas tierras africanas, y de la manera
en que los europeos se dirigían a los africanos usando el “tu” en lugar del
“usted”. La independencia política no era suficiente. Los africanos tenían
también que beneficiarse de sus grandes riquezas.
Sin experiencia en autogobierno y
expoliado de su riqueza, el inmenso país pronto se vería sacudido por
convulsiones sociales a las que contribuyó la caída mundial del precio del
cobre, el principal mineral que entonces exportaba el nuevo estado. Patrice Lumumba buscó ayuda en Estados
Unidos, pero fracasó. Estados Unidos se hallaba involucrado en una guerra sin
salida, Vietnam, y no deseaba otro conflicto en el corazón de la jungla
africana. Lumumba recibió asesoramiento
en la entonces Unión Soviética. De hecho una de las universidades moscovitas
lleva el nombre de Patrice Lumumba.
Además, miles de oficiales belgas que rehusaban abandonar el país comenzaron a
sabotear las nuevas instituciones. En las transmisiones de radio se referían a Lumumba como “satán”. Tan pronto como Lumumba tomó posesión como Primer
Ministro, la CIA planificó su asesinato mediante envenenamiento. La
imposibilidad de ejecutar sus planes iniciales, les hizo reconducir su proceder
canalizando dinero a sus rivales políticos, quienes tomaron el poder mediante
un golpe de estado, y arrestaron a Lumumba.
Temiendo una masiva rebelión del pueblo congoleño, Patrice Lumumba fue trasladado a la región de Katanga, un área del sur rica en mineral de cobre. Allí, el 17 de
enero de 1961, tras ser torturado, murió de un disparo. Un escalofrío recorrió
las conciencias de mucha gente en todo el mundo, con masivas manifestaciones en
numerosos países. En la capital, Leopoldville
(hoy Kinshasa) la tristeza impregnó
el ambiente durante meses. Según algunos cronistas, era éticamente ofensiva la
prepotencia de algunos miembros de embajadas de países europeos y de Estados
Unidos hablando con hondo desprecio de quien había sido elegido Primer Ministro
en elecciones libres por un pueblo entusiasmado con su futuro.
Algunas semanas antes de su secuestro
y asesinato, Patrice Lumumba logró
escapar brevemente de su arresto domiciliario y, junto a un reducido número de
correligionarios, volar al este del Congo, donde se había constituido un
gobierno de simpatizantes. En su huida se vieron obligados a cruzar el río Sankuru en una canoa. Una vez alcanzada
la orilla segura, Lumumba y algunos
de sus simpatizantes regresaron a buscar el resto del grupo, entre ellos a su
esposa e hijo. Pero allí les persiguieron las tropas del nuevo gobierno
golpista. Según algunos supervivientes, la elocuencia de Lumumba casi logró persuadir a los soldados de dejarles marchar.
Tristemente no fue así. El riesgo asumido al regresar para rescatar a otros
engrandeció su figura, tanto en la literatura como en las conciencias de sus
conciudadanos.
Patrice Lumumba solo estuvo en el poder escasos meses, y no
podemos saber qué habría ocurrido si la historia hubiese transcurrido de otra
manera. ¿Habría mantenido su idealismo?, o ¿terminaría sucumbiendo, como muchos
líderes de la independencia africana, a las tentaciones de riqueza y poder?
Llevar a una inmensa nación (en extensión y riquezas) a una plena autonomía
económica parecía una tarea imposible. Los gobiernos occidentales y las grandes
corporaciones eran demasiado poderosas y el control del poder por los nuevos dignatarios
congoleños demasiado débil. El país solo disponía de unas tres docenas de
graduados universitarios de raza negra para una población de más de quince
millones, mayoritariamente analfabeta; y solo tres de los cinco mil puestos del
servicio civil eran ocupados por congoleños.
Transcurrido algo más de medio siglo
deberíamos recordar el asesinato de Patrice
Emergy Lumumba con vergüenza porque ayudamos a instalar a los hombres que
lo derrocaron primero y asesinaron después. Cuatro años después de su asesinato,
uno de sus captores (y asesinos), un oficial del ejército llamado Mobutu Sese Seko dio un golpe de estado
con ayuda norteamericana, instaurando una desastrosa dictadura que se prolongó
durante 32 años. El nuevo dictador cambio en el año 1971 el nombre del país, de
Congo a Zaïre, dentro del programa de
autenticidad.
Durante la prolongada dictadura, Zaïre sufrió dos intentos de invasión
desde Angola, en 1977 y 1978. La actual República Democrática del Congo (nueva
denominación del país tras el derrocamiento de Mobutu Sese Seko) siempre ha estado sometida a los vaivenes de la
geopolítica internacional debido a sus inmensas riquezas minerales. Durante los
años de la Guerra Fría, fueron primero los soviéticos, y más tarde Estados
Unidos, quienes entregaron enormes sumas de dinero al dictador zaireño. Mobutu vivía entre suntuosos y
estrafalarios gastos, como alquilar el concorde y adquirir villas y palacios en
Francia en los que nunca llegó a vivir, mientras su país carecía de servicios
públicos y sus escasas y pésimas infraestructuras su pudrían bajo las
torrenciales lluvias tropicales. Cuando el dictador tuvo que huir en 1977,
siendo acogido en Marruecos donde fallecería, el país estaba sumido en un
desastre del que aún no se ha recuperado.
Entre tanto, de la espesura del bosque
lluvioso han surgido leviatanes invisibles, primero el virus de inmunodeficiencia,
causante del SIDA; casi simultáneamente los primeros casos del denominado más
tarde virus ébola.
Durante la crisis entre tutsis y hutus en Ruanda, una guerrilla congoleña dirigida por Laurent Désiré Kabila con la ayuda de
guerrilleros hutus expulsados de
Ruanda, toma el poder en Kinshasa en
1997. El nuevo presidente fue asesinado por su guardia personal en enero de
2001, siendo sustituido por su hijo Jospeh
Kabila, quien continúa en el poder.
África también escribe su propia
historia.
Zaragoza, 4 de marzo de 2015
Dr. José Manuel López Tricas
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