EL EFECTO PLACEBO
Cuando usted
toma un medicamento para una indicación concreta, pongamos disminuir la fiebre,
aliviar el dolor o facilitar la conciliación de un sueño reparador, el
resultado se hace evidente transcurrido un tiempo razonable y bien conocido. También
pueden tomar fármacos para enfermedades más insidiosas, tales como la depresión
o la hipertensión. En estos casos, los medicamentos ejercen sus efectos de modo
menos inmediato, si bien al cabo de un tiempo los resultados se pondrán de
manifiesto, mejorando su estado de ánimo o regulando su tensión arterial, por
citar estos dos clásicos ejemplos. Pero, ¿se pueden conseguir estos efectos
terapéuticos usando sucedáneos, esto es, sustancias con la misma apariencia
(color, forma farmacéutica) aunque carentes del principio activo que constituye
la verdadera sustancia medicamentosa?. La respuesta, contra toda lógica, es sí,
en algunos casos; si bien, con una matización: la persona debe estar convencida
de que está tomando el auténtico fármaco. A esto se le denomina efecto placebo;
esto es, la administración de sustancias inocuas o la aplicación de técnicas médicas
banales que buscan aliviar una dolencia o algunos de sus síntomas usando “solo”
el convencimiento del paciente de la bondad de tal modo de proceder. Curiosamente,
estas mismas sustancias carentes de efectos sobre la salud, también pueden dar
lugar a alguno de los efectos adversos que suelen asociarse al medicamento que
remedan, lo que algunos llaman efecto nocebo.
Tal vez el ejemplo más entrañable y conocido de una actuación
placebo es el que ejercen los padres ante un percance menor de un niño pequeño,
quien cogido en brazos siente un alivio inmediato y cesa en su llanto. Pero
también en esta técnica se fundamentan muchas técnicas no-médicas, desde la
imposición de manos, la actuación de chamanes en algunas tribus, hasta los
procedimientos claramente fraudulentos y peligrosos de la denominada “medicina
alternativa” cuando se inmiscuyen en enfermedades graves, tales como el cáncer,
abusando delictivamente de la desesperación de las personas que padecen estas
patologías.
Es interesante conocer la semántica del término placebo: es
la forma del futuro del verbo latino placere
(complacer). Su uso como sustantivo procede del salmo 114, versículo 9, de la Vulgata que se incorpora a la liturgia
de la Iglesia Católica Romana en el rezo
de vísperas del Oficio de Difuntos (Placebo
Domino in regione vivorum: Complaceré al Señor en la región de los vivos). Más
tarde el epíteto sale del ámbito religioso, aplicándose a los aduladores, fámulos
y serviles de los poderosos.
En el año 1811, un prestigioso diccionario médico (Hooper’s Medical Dictionary) usa el término
placebo definiéndolo como “toda medicación prescrita más para complacer al
enfermo que para resultarle útil”.
Hoy día, nadie conoce los mecanismos que explican el efecto
placebo. Ante esta limitación, los estudios de las sustancias que aspiran a
llegar a ser medicamentos deben evaluar su eficacia en estudios clínicos (o
ensayos clínicos) que tengan en cuenta el efecto placebo. Y, simplificando en
extremo, un medicamento se considerará eficaz si el beneficio que consigue
supera ampliamente los resultados logrados con una sustancia placebo.
La estadística y la ética hacen posible que los resultados
de estos ensayos clínicos sean fiables; y que los medicamentos disponibles
tengan una eficacia contrastada y unos riesgos aceptables, perfectamente
definidos, dentro de los márgenes seguridad que puede ofrecer el desarrollo
actual de la ciencia médico-farmacéutica.
Es importante recordar que los ensayos clínicos (tal vez alguno
de los lectores haya participado en alguno o se le haya propuesto hacerlo) han
de basarse en cuatro principios fundamentales. Los dos primeros son de ámbito
general: no-maleficencia, esto es, no hacer daño; y justicia: distribución equitativa
de cargas y beneficios; y otros dos se entroncan en el ámbito de lo privado. Son
éstos el derecho a ser tratados como individuos con nuestras peculiaridades
(autonomía personal); y de conformidad con nuestro personal concepto de
bienestar (beneficencia). Si se nos solicita la participación en un estudio clínico,
estos cuatro principios deben ser explicados individualmente con claridad para
que puedan ser comprendidos y asumidos. Se debe así mismo tener en cuenta que
los ensayos clínicos suponen beneficios económicos para los centros que los
realizan y los médicos que colaboran, circunstancia que puede soslayar, en
algunos casos, los estrictos principios éticos en que deben basarse.
Zaragoza, 16 de enero
de 2013
Dr. José Manuel López Tricas
Farmacéutico especialista Farmacia
Hospitalaria
Farmacia Las Fuentes
C/Florentino Ballesteros, 11
50002 Zaragoza