Los orígenes americanos de Liberia: el sueño de la libertad
EL SUEÑO DE LA LIBERTAD
LOS ORÍGENES AMERICANOS DE LIBERIA
Los orígenes de Liberia se remontan a comienzos del siglo XIX, cuando en Estados Unidos surgió un movimiento llamado Back to Africa (Regreso a África). En 1816 un grupo de filántropos y abolicionistas de los Estados de norte se asociaron con algunos propietarios de esclavos de los Estados sureños para fundar la Sociedad de Colonización Americana. Este movimiento surgió a raíz de la fracasada revuelta de los esclavos en Virginia. Muchos propietarios de plantaciones culparon de la insurrección al creciente número de negros liberados que, desde su nueva condición, incitaban a los esclavos a rebelarse.
La creencia general entre la población era que America podía acoger, bien a negros libres o negros esclavizados, pero no ambos simultáneamente. Y así es como surgió el movimiento Back to Africa.
Ironías del destino: los partidarios de la continuidad de la esclavitud aunaron sus esfuerzos con los abolicionistas, tales como el reverendo Robert Finley. Se considera a Finley como el fundador de la Sociedad de Colonización Americana. En su opinión, dado que America nunca aceptaría a negros como ciudadanos iguales, lo mejor era que regresaran a África.
Un significativo número de hombres prominentes eran tenantes de este movimiento: Henry Clay, portavoz del Capitolio; Andrew Jackson, que llegaría a ser presidente 16 años después; y Francis Scott Key, que compuso el texto de lo que, años más tarde sería el himno nacional norteamericano. Finalmente, la Sociedad de Colonización Americana se constituyó como tal en Washington en diciembre de 1816. Muchos de los asistentes al acta fundacional provenían de Estados donde la esclavitud seguía vigente; y casi la mitad de ellos eran dueños de esclavos. En realidad no querían terminar con la esclavitud; deseaban expulsar de América a las poblaciones negras libres. Baste para ello considerar las palabras pronunciadas por Henry Clay en este primer encuentro: de todos los grupos de nuestra población, los más viciosos son la gente de color que alcanza su libertad. Es el resultado de su maléfica degradación moral y política. Contaminados ellos mismos, extienden sus vicios a su alrededor, a los esclavos y a los blancos. Pero añadiendo a continuación: cada emigrante a África es un misionero con las credenciales de la causa sagrada de la civilización, la religión y las instituciones libres. Así pues, la Sociedad de Colonización Americana estaba plagada de contradicciones: los mismos “sinvergüenzas” que eran expulsados del país, se convertían en predicadores del cristianismo en África.
La Sociedad de Colonización envió a dos agentes al oeste africano en busca de una tierra donde asentar a la nueva población negra americana. En su primera visita acudieron a la colonia británica de Sierra Leona, donde su solicitud de tierra fue rechazada. Pero los británicos presentaron a los agentes americanos a John Kizzell, hijo de un jefe tribal africano, que había sido secuestrado y vendido como esclavo cuando visitaba a su tío cerca de la costa de Sierra Leona. Kizell, en su condición de esclavo, fue vendido, ya en América, a una familia de Charleston, justo antes del comienzo de la guerra revolucionaria. Durante la guerra consiguió escapar, uniéndose a los británicos, quienes le protegieron mientras duró el conflicto, enviándolo, una vez acabada éste, a Nueva Escocia (Nova Scotia), entonces perteneciente a Inglaterra, desde donde, en 1792, regresó a Sierra Leona. Una vez de regreso en África, llegó a ser un hombre poderoso. Se convirtió en un valioso negociador entre los europeos y las tribus del oeste de África.
Kizell condujo a los negociadores norteamericanos a la cercana isla Sherbro, un área pantanosa, infestada de malaria, gobernada por un conjunto de jefes tribales, en continua discordia. Kizell negoció hábilmente: a los americanos de la Sociedad de Colonización no les decía que los jefes tribales querían que todos los nuevos colonos se sometieran a su mandato; y a los jefes tribales no les decía que los nuevos colonos, mucho más formados que ellos, realmente colonizarían sus territorios; y, a la postre, acabarían dominándolos. Con todo, el acuerdo satisfizo a la Sociedad de Colonización Americana. Y así, el 6 de febrero de 1820, el primer barco, llamado Elisabeth, partió del muelle de New York con ochenta y ocho negros americanos y tres miembros blancos de la Sociedad de Colonización. Antes de la partida del Elisabeth, los pasajeros pergeñaron la primera constitución del nuevo asentamiento africano. Esta incipiente constitución era prácticamente una copia de la Constitución americana.
UNA HISTORIA TURBULENTA
Los nativos africanos no recibieron demasiado bien a los nuevos colonos; y tras algunas escaramuzas, los colonos, provistos de pistolas y cañones, dominaron fácilmente a los indígenas. Al poco de llegar a su nueva patria, los colonos cambiaron el nombre de la capital, de Christopolis a Monrovia (en honor del presidente norteamericano, James Monroe); y denominaron a la nueva nación Liberia (nombre latino de “tierra de libertad”).
El 26 de julio de 1847, Liberia se declaró como nación independiente, la primera república independiente africana.
Los nativos liberianos constituían aproximadamente el 95% de la población de la nueva república, pero sin apenas acceso a las riquezas del país. Usaban un término despectivo para referirse a los recién llegados: gente del Congo (Congo People). Esta denominación provenía de comienzos del siglo XIX, tras la abolición por parte de los británicos de la reventa de esclavos en alta mar. Los barcos británicos asaltaban los barcos cargados de esclavos, a los que llevaban de regreso a la costa occidental africana, devolviendo a los esclavos, ya libres, a las costas de Sierra Leona, desembarcando en su capital, Freetown (ciudad libre). Todos los esclavos liberados eran desembarcados en el mismo lugar, con independencia de su lugar de partida. Dado que muchos de los barcos cargados de esclavos salían al Atlántico por el estuario del río Congo, a todos los negros liberados por los británicos que regresaban a la costa se les denominaba Congo People. Esta denominación se aplicó también a los negros que regresaban desde América.
Curiosamente, los esclavos que llegaron a su nueva patria, adoptaron muchas de las costumbres de sus antiguos señores-amos. Se situaron en la cima de la jerarquía social, controlando el gobierno, la incipiente administración y la economía oficial. Su estilo de vida no era muy distinto de los europeos colonizadores de otras partes de África, excepto por una cosa: en Liberia, la jerarquía era negra.
Durante 150 años, la élite que regía Liberia desarrolló un modelo social que llegó a ser uno de los más elegantes de África. Se creó un sistema económico relativamente estable, que hizo posible elevar los estándares de educación y bienestar. Fue el único país del África subsahariana que nunca fue colonizado por europeos. De alguna manera se trató de una traslación de la sociedad americana a África. Durante bastantes años fue un paradigma ejemplar, que sobrellevó las crisis económicas (caída de las exportaciones, compra de grandes plantaciones de caucho por Firestone) con la ayuda de Estados Unidos. Aun cuando perdió parte de su territorio a favor de sus vecinos, colonias británicas y francesas, pudo haber triunfado como nación. Pero fracasó.
El 12 de abril de 1980, un grupo de soldados liberianos liderado por Samuel Doe, un personaje semianalfabeto, nativo del grupo étnico Krahn, asesinó al entonces presidente, William Tolbert, junto al resto de su familia. A continuación ejecutó al resto del gobierno (fotografía inferior) y comenzó una terrible represión, de la que solo se salvaron los miembros de su tribu.
Comenzó entonces la época más convulsa de la historia de Liberia.
Día de Navidad de 1989: Charles Taylor encabezando una guerrilla de soldados drogados y borrachos, incluyendo adolescentes, autodenominada NPFL (acrónimo en inglés de “Frente Patriótico Nacional de Liberia”) entra en Monrovia (capital de Liberia) desde Burkina Fasso (antiguamente denominada Alto Volta), asesinando y mutilando salvajemente a la población civil. Este personaje era tan protervo, pero mucho mejor formado intelectualmente, que el entonces presidente del país, el sargento Samuel Doe, quien también había accedido al poder tras un brutal golpe de estado años atrás. El país se sumerge aún más en la violencia indiscriminada, hasta que la ONU y ECOWAS (fuerza de pacificación de los países del oeste africano liderado por Nigeria, el país más poderoso de la región) logran controlar la situación, estableciendo una paz que, aunque precaria, parecía un sueño para los liberianos. Se convocan elecciones: Ellen Johnson-Sirleaf, es elegida presidenta, la primera mujer que alcanza dicho rango en una nación africana. Su elección fue un acierto. De gran formación intelectual (licenciada por la universidad de Harvard), y de origen mixto (alemana por parte de su abuelo materno; e indígena por parte de su abuelo paterno), ha logrado pacificar el país, inaugurar una época de desarrollo y relativa prosperidad, así como hacer posible el juicio de Charles Taylor que había huido a Sierra Leona, donde también se vio involucrado en una brutal guerra civil. Y es en esta nación donde se constituyó el tribunal destinado a juzgarlo. Sin embargo, por razones de seguridad, el juicio se desarrolla en La Haya (Holanda), a donde Charles Taylor fue trasladado para ser juzgado.
Charles Taylor cambió su apellido, de McArthur a Ghankay, a fin de parecer más indígena ante los ciudadanos liberianos. Siempre afirmó ser hijo de un matrimonio interracial (aborigen – descendiente de colono). Su historia personal conocida es bastante curiosa: nació en una aldea del interior del país, en una familia extremadamente pobre de quince hermanos. Consiguió ser ministro del gobierno golpista de Samuel Doe. Pero antes de estos hechos, abandona Liberia y viaja a Estados Unidos, donde consigue una licenciatura universitaria en economía. Tras varias estafas, termina en prisión; de donde consigue fugarse siguiendo el método tradicional: limando los barrotes de su celda y sobornando a algunos funcionarios. Se pierde su pista, hasta que reaparece en Gabón (África occidental). De allí se traslada a Burkina Fasso, donde, con la ayuda de este país y de Libia, consigue organizar una guerrilla (NPFL) con la que entra brutalmente en Monrovia el día de Navidad de 1989, apelando a Jesucristo y considerándose un pastor protestante.
El ex dictador derrocado, Samuel Doe, fue asesinado en 1990 por otro grupo de rebeldes, dirigido éste por Prince Yormie Johnson, que también contribuyó al caos liberiano. Entre ambos grupos guerrilleros (Charles Taylor vs Prince Yormie Johnson) se entabló la terrible guerra civil que solo terminó cuando Estados Unidos envió fuerzas de pacificación tras el secuestro de varios cooperantes. Solo estos últimos hechos merecieron una mínima atención informativa.
Charles Taylor es el primer presidente de una nación africana que está siendo juzgado en el Tribunal Penal Internacional por crímenes lesa humanidad. Está siendo juzgado con discreción, lo que tanto beneficia a determinados gobiernos occidentales y magnates del comercio de diamantes. Pero los hechos juzgados son terribles.
Taylor está acusado de haber organizado y dirigido grupos armados que convulsionaron determinadas áreas del oeste africano, sobre todo las zonas mineras ricas en diamantes de Sierra Leona. Pero lo más aterrador son los métodos bárbaros usados: utilización de niños soldados, quienes amputaban la nariz, las orejas o los miembros de modo indiscriminado, como si de un juego se tratase, mientras los “instructores” se dedicaban al pillaje, la violación y el estupro.
Su defensa, dirigida por Courtenay Griffiths, arguye que Chales Taylor “no es un Napoleón africano”, sino un hombre de paz.
Se estima que más de 200.000 personas murieron durante una década de lucha (1989-1999) solo en Sierra Leona; la cifra en Liberia no es ni siquiera estimable. Tristemente, solo los crímenes cometidos en Sierra Leona entre 1996 y 2002 son los que están siendo juzgados en el Tribunal Penal Internacional. El juicio, que debería desarrollarse en Freetown, capital de Sierra Leona, ha sido trasladado a La Haya (Holanda) por razones de seguridad. Y ello a pesar que la mayoría de los testigos viven en Sierra Leona; 91 de ellos han tenido que realizar un largísimo viaje para testificar ante el tribunal en Holanda.
Muchos de los testigos han declinado testificar tras recibir amenazas; y otros han debido recibir nuevas identidades que les protejan de represalias.
Resulta escalofriante ver a los testigos gesticular con sus miembros amputados envueltos en vendas; o escuchar testimonios como los de Mustapha Mansary, un aldeano a quien los rebeldes el amputaron ambas manos. En un momento determinado, un abogado del equipo que defiende a Charles Taylor, pregunta: “Sr. testigo: ¿puedo preguntarle si es capaz de leer y escribir en inglés?. El testigo (Sr. Mansary), tras escuchar la traducción simultánea, levanta sus dos muñones, y responde: “No tengo manos con que escribir”. El abogado, abochornado, se disculpa.
Otra víctima, que testificó bajo la clave “064” describió el día que los rebeldes llegaron a su aldea de Foendor, asesinando y mutilando a muchos adultos y niños, entre ellos a sus dos hijos. Después que nueve niños y adultos fueran decapitados, Tamba Joe, el líder del grupo armado, le ordenó rebuscar en el saco para ver si contenía las cabezas decapitadas de sus dos hijos. Aterrorizada, ella no pudo. Un hombre le ayudó a llevar el saco que goteaba sangre hasta una aldea próxima. Allí tuvieron que arrojar las cabezas a un riachuelo. Entre las cabezas cortadas estaban las de sus dos hijos.
Nadie sabe, ni siquiera de modo aproximado, cuánta gente fue asesinada o mutilada en la guerra civil durante la década de 1990. Muchos de los que fueron mutilados no sobrevivieron; los que lo consiguieron, sin brazos ni piernas, no han podido seguir cultivando la tierra, y malviven de la mendicidad o de la esporádica ayuda humanitaria.
No es tan fácil incriminar a Charles Taylor: no existían órdenes escritas, solo consignas que se transmitían en clave desde la mansión del dictador y que eran ejecutadas las más de las veces por adolescentes bajo los efectos del alcohol y las drogas.
Uno de los más dramáticos testimonios es el que contó ante el tribunal Joseph Marzah, durante largo tiempo un íntimo colaborador de Taylor, responsable de los escuadrones de la muerte; y, en la actualidad, un acaudalado hombre de negocios. Afirmó que varios pacificadores africanos fueron asesinados, cocinados y comidos por Taylor; mientras sus armas eran vendidas de contrabando. Otros testigos también han testificado prácticas de canibalismo. J. Marzah explicó así mismo que existió un tráfico de armas desde Liberia hacia Sierra Leona durante el gobierno de Taylor, a pesar del embargo vigente. En este negocio participaban las propias fuerzas de pacificación dirigidas por Nigeria.
La esperanza de que la división entre los Congo People (descendientes de los colonos llegados de América) y los indígenas de distintas etnias, pudiera cicatrizar, parece por fin plausible. Se han celebrado elecciones libres (y pacíficas), de las que salió elegida Ellen Johnson-Sirleaf, la primera mujer presidente de un país africano. Ella misma había sufrido la represión durante el golpe de estado de Samuel Doe. El país ha mejorado desde la llegada de esta mujer. A su nombramiento como presidenta acudió Laura Bush, esposa del entonces presidente norteamericano, George Walker Bush.
Ya desde antiguo, estas costas eran temidas, pero sobre todo por las denominadas doldrums: las calmas ecuatoriales, producidas porque los vientos alisios (tradewinds) de ambos hemisferios curvan su trayectoria como si no se atreviesen a soplar en estas aguas. Los barcos quedaban literalmente anclados en medio del mar; y la muerte acechaba, no solo por falta de agua, sino por las infecciones y la desesperación.
Sueño pensando que el viento de libertad que se expandió desde la desembocadura del río Mesurado (donde se sitúa Monrovia), a partir del cual surgió el país entero, Liberia, vuelva a ser una tierra de libertad, progreso y desarrollo. Y que se expanda de modo incontenible a todo el continente africano, tan cerca; y, al mismo tiempo, tan lejos.
Zaragoza, julio, 2011
Dr. José Manuel López Tricas
Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria
Zaragoza