Eyjafjallajökull

EYJAFJALLAJÖKULL

Durante los dos primeros días tras la erupción del volcán Eyjafjallajökull el 14 de abril, dos estaciones GPS alejadas varios quilómetros de la cumbre del cráter se acercaron “rápidamente”, unos seis centímetros en dos días. Este acercamiento se explica por el cambio de volumen del magma superficial, aquel que se halla a una profundidad no superior a 1 quilómetro. Según cálculos del Instituto islandés de Ciencias de la Tierra, durante los primeros tres días, desde el 14 de abril, el material erupcionado por el volcán fue de 140 millones de metros cúbicos. La ceniza expulsada ascendió hasta los ocho kilómetros de altura, cayendo a tierra en zonas próximas, de las que habían sido evacuados sus escasos habitantes. La razón fue el inusual período de estabilidad atmosférica sobre Islandia, con ausencia de vientos, tanto en altura como catabáticos.

La erupción se localizó en una zona libre de hielo, de unos dos kilómetros de anchura, situada entre Eyjafjallajökull (jökull, significa glacial en lengua islandesa) y el volcán Katla, mucho más poderoso, cuyas erupciones en siglos anteriores han lanzado a la atmósfera cantidades ingentes de ceniza, de hasta 1 quilómetro cúbico.

Pero la erupción volcánica que ha trastocado hasta lo surrealista el tráfico aéreo en Europa, se podía prever desde el 20 de marzo. Desde esa fecha hasta el 12 de abril se observaba un flujo de lava que salía de los respiraderos eruptivos en los flancos del volcán, carentes de hielo glacial. Tras una breve interrupción, un nuevo conjunto de cráteres se abrieron la mañana del 14 de abril, esta vez bajo la capa de hielo glacial. La erupción fue precedida por un conjunto de seísmos, desde aproximadamente las 23 horas del 13 de abril hasta la 1:00 del día 14. Finalmente, tras un temblor eruptivo, el dios Vulcano comenzó a expulsar ceniza, hasta una altitud de unos ocho kilómetros. El día 15, debido a la inusual presencia de un área de altas presiones sobre Islandia, los vientos transportaron el polvo volcánico hacia el sudeste, alcanzando primero Gran Bretaña; y poco después Europa central.

Pero las emisiones masivas de materia volcánica han tenido a lo largo de la historia consecuencias sobre el clima y, en última instancia, sobre la política y otras actividades humanas.

Tal vez la relación más conocida de influencia volcánica sobre el clima se remonta al denominado “año sin verano”, 1816, justo un año después de la erupción en la isla de Sumbawa, al este de Java (Indonesia) el 11 de abril de 1815, del volcán Tambora. A esta erupción le precedieron la del volcán Soufrière (isla caribeña de San Vicente) – no confundir con otros volcanes del mismo nombre, situados en otras islas que delimitan el mar Caribe-; y la del monte Maynon (Filipinas). Toda esta actividad volcánica concentrada en pocos años, dejó una extraordinaria nube de polvo en la estratosfera, la parte de la atmósfera que se extiende desde el límite de la troposfera (donde circulan los aviones intercontinentales) y los treinta kilómetros. Es una capa atmosférica donde no sucede ningún fenómeno meteorológico, salvo los intensos vientos que distribuyen el polvo volcánico por todo el planeta. La radiación solar disminuyó notablemente, y los años entre 1812 y 1820 fueron los más fríos de la llamada Pequeña Era Glacial, que se extendió durante varios siglos, pero que llegó a su cénit a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Tras la intensa actividad volcánica de los primeros años del siglo XIX, el cielo aparecía (sobre todo en el alba y ocaso) en tonos rojizos apocalípticos; y llegaban a caer copos de nieve rojizos. El sol calentaba menos, situación que retrasaba la recolección. Las intensas y continuadas tormentas no permitían que secase el grano. Todas estas adversidades condujeron a un empobrecimiento general, con la agitación social subsiguiente en muchos lugares. Y, posiblemente, la creciente penuria, de la que el ejemplo más dramático fue la hambruna irlandesa por la crisis de la patata, contribuyó a la época revolucionaria europea de la década de 1840.

Curiosamente, fue también 1816, el “año sin verano” cuando Lord Byron y el matrimonio Percy Bysshe Shelley, se instalaron en Villa Diodati, a orillas de Ginebra. Tal vez el lúgubre verano, y las penurias de los campesinos, inspiraran a Mary Shelley su famosa obra “Frankestein, el nuevo Prometeo”. Es también en esta época cuando surge la plasmación literaria de la leyenda de Drácula.

La crisis alimentaria del bienio 1816-1817, derivada de las adversas condiciones climáticas desencadenadas por una extraordinaria actividad volcánica, fue la última gran crisis de subsistencia a la que se enfrentó Europa, muy superior a las derivadas de las dos Guerras Mundiales del siglo XX.

Desconocemos las consecuencias de la reciente erupción volcánica del Eyjafjallajökull. Otras erupciones anteriores de este volcán fueron en 1821 que, de modo intermitente, se prolongó durante 1 año; y que fue seguida por la del volcán Katla el 26 de junio de 1823; y otras más antiguas, hacia 1612 ó 1613; y alrededor del 920 AD, descrita por los primeros pobladores vikingos de Islandia.

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico Especialista Farmacia Hospitalaria

Zaragoza