Rechazo en África a la medicina occidental

TEMOR EN ÁFRICA A LA MEDICINA OCCIDENTAL

Todos recordamos la historia relativamente reciente de cinco enfermeras búlgaras y un médico palestino que permanecieron encarcelados en Libia durante 8 años, enfrentándose a una condena a muerte dictada en mayo de 2004, y finalmente no ejecutada. Tras su prolongada estancia en prisión, fueron liberados a mediados de julio de 2007. Con su puesta en libertad y, sobre todo, con su no ejecución, se evitó un grave incidente internacional. Se les acusó de haber infectado a cientos de niños libios con VIH, el virus de inmunodeficiencia humana, causante del SIDA.

Pero, para muchos africanos, las acusaciones sobre los sanitarios se confirmaron, no solo por la sentencia condenatoria, sino por la indemnización concedida al conjunto de familias afectadas, de 426 millones de $. La liberación de las enfermeras y del médico representó, dentro y fuera de Libia, otro episodio más de un opinión muy extendida en África: los sanitarios occidentales y los africanos formados en occidente, pueden causar graves problemas a los africanos, sin que de ello se deriven consecuencias penales.

La prueba acusatoria contra el equipo sanitario de enfermeras búlgaras (del que formaba parte el médico palestino) fue el hallazgo en sus apartamentos de viales contaminados por VIH. Esta prueba se consideró ridícula a los ojos occidentales. Dejo a criterio de los lectores, la opinión de cómo se hubiera considerado esa misma prueba si la situación se hubiese producido en algún país occidental. El fiscal del tribunal libio modificó la acusación retirando la malevolencia médica y facilitando así la libertad de los encarcelados. Pero esta nueva catástrofe sanitaria arraiga todavía más la suspicacia de los africanos hacia la medicina occidental.

África se ha visto sumida en varios desastres sanitarios provocados por médicos occidentales, quienes con la promesa de proporcionar atención sanitaria o llevar a cabo investigaciones, han administrado intencionadamente sustancias venenosas.

En marzo del año 2000, Werner Bezwoda, un investigador del cáncer en la universidad Witwatersrand de Sudáfrica fue acusado de llevar a cabo experimentos en los cuales administraban medicamentos a dosis más elevadas que las recomendadas a mujeres negras con cáncer de mama, sin su conocimiento ni consentimiento.

En Zimbabwe, en 1995, Richard McGowan, un anestesista escocés, fue acusado de causar la muerte de 5 niños a los que administró dosis de morfina que se sabía serían mortales.

Los casos descritos, y otros, han tenido bastante repercusión en todo África. Pero el caso más notorio es el de Wouter Basson, responsable del llamado Project Coast que desarrolló una empresa sudafricana que fabricaba armas biológicas y químicas. El Dr. Basson fue acusado de asesinar a cientos de ciudadanos negros, tanto en Sudáfrica como en Namibia, entre los años 1979 y 1987, en muchos casos mediante inyecciones tóxicas. Nunca fue juzgado, a pesar de las contundentes pruebas en su contra.

Estos hechos han fomentado los prejuicios existentes en todo el continente africano frente a los médicos y medicamentos occidentales. Y esto es así, incluso en países donde la práctica médica occidental es minoritaria. Solamente un 1,3% de todos los trabajadores sanitarios mundiales desempeñan su labor en el África subsahariana, aun cuando allí se concentra aproximadamente el 25% de toda la enfermedad mundial. La desconfianza hacia la medicina occidental tiene sus consecuencias. Desde el año 2003 la polio se ha extendido en Nigeria, Chad y Burkina Fasso, debido a que muchas personas sospechan que los viales que contienen la vacuna estén contaminados con VIH; o que se trate de un método para la esterilización encubierta de los niños. Puede parecernos increíble. Pero no debemos olvidar que uno de los fines del Project Coast dirigido por el Dr. Wouter Basson en Sudáfrica era la esterilización selectiva, secreta y masiva de africanos durante el régimen político del apartheid.

Estas tragedias, y otras, ponen de relieve algunos aspectos que deben ser tenidos en cuenta por muchos trabajadores sanitarios llenos de idealismo, que les lleva en ocasiones a trabajar en condiciones precarias que suponen un peligro para la salud de los pacientes. Esta situación conduce a que, en ocasiones, se usen jeringas sin esterilizar con el argumento de que “no hay otra opción”. Esta fue la explicación de las enfermeras búlgaras y el médico palestino durante el juicio en Trípoli. Centenares de niños libios fueron contaminados por el VIH a través de la reutilización de jeringuillas y otros dispositivos médicos insuficientemente esterilizados, lamentable hábito de trabajo que era práctica habitual mucho antes de la llegada de las enfermeras búlgaras, pero que éstas mantuvieron. Probablemente no hubo malevolencia en su actuación, pero la paranoia frente a la medicina occidental en Libia, y en el resto de África, se incrementó.

Prácticamente todas las organizaciones de ayuda sanitaria al continente africano son muy loables; y la presencia de sanitarios occidentales en muchas regiones de África son agradecidas. Pero su actuación debe seguir unos patrones de calidad similar a los que exigimos para nosotros, sobre todo si, como así debe ser, no queremos ser rechazados.

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico Especialista en Farmacia Hospitalaria

Zaragoza