Las noticias
del escape radiactivo (ya confirmado, 15 de marzo de 2011) han eclipsado la
catástrofe del terremoto y el inmediato tsunami
(curiosamente una palabra japonesa).
La inundación
deliberada de los reactores nucleares averiados con agua marina y la
consiguiente liberación a la atmósfera de vapor radiactivo, constituyen una
medida desesperada que intenta evitar un problema mayor: la fusión del núcleo
del reactor de la planta de Fukushima
Daiichi. El techo del segundo reactor ha saltado por los aires en una de
las varias explosiones. Según las autoridades, el núcleo no se había fundido.
Pero cada última noticia parece contradecir la anterior; y siempre en la
dirección más temida.
Las noticias
también daban cuenta de que el tercer reactor había fallado, incrementado el
riesgo de sobrecalentamiento del núcleo. Se estaba bombeando agua del mar para
tratar de enfriar el núcleo de este tercer reactor e impedir que las barras de
combustible se conviertan en un peligrosísimo magma radiactivo (agencia de
noticias Kyodo).
Las
autoridades japonesas reconocen una fusión parcial de los núcleos de dos
reactores; así como que la radiactividad medida en el exterior duplica los
valores considerados como “seguros”.
Sin embargo,
el Pentágono norteamericano ha notificado que helicópteros que volaban el
lunes, 14 de marzo, a 60millas (casi 97quilómetros) de Fukishima Daiichi, confirmaron la presencia en el aire de cesio y
yodo radiactivo (Cs137; I121), avalando con ello que la contaminación
ambiental es muy extensa.
El
sufrimiento asociado a la radiactividad descontrolada está muy presente aún en
el imaginario colectivo del pueblo japonés. No olvidemos que fue el único país
que en el plazo de pocos días sufrió la explosión de dos bombas nucleares en
los estertores de la Segunda Guerra Mundial.
Según los
expertos de Daiichi, la única opción
viable actualmente es continuar inundando el reactor con agua marina, liberando
de manera controlada el vapor de agua radiactivo a la atmósfera. Pero el
proceso de enfriamiento puede prolongarse durante más de un año. E incluso tras
el cese de la fisión del núcleo, la emisión de partículas radiactivas
continuaría durante un tiempo imposible de precisar.
La
consecuencia inmediata es el desplazamiento forzoso de decenas de miles (tal
vez centenares de miles) de personas durante un tiempo indeterminado, pero muy
prolongado, de sus hogares. Y el peligro de que el viento dirija la basura
radiactiva hacia grandes ciudades en lugar de enviarlo hacia el océano, un mal
menor.
Por otra
parte, el enfriamiento de los reactores requerirá el restablecimiento del
suministro de electricidad a la central (cortado tras el terremoto y maremoto
posterior). Y para ello será preciso el trabajo de personas en un área con
elevada contaminación radiactiva.
En la menos
enojosa de todas las situaciones posibles, se producirá la liberación de vapor
radiactivo dirigido hacia el océano Pacífico. Y, aunque los modelos
predictivos, no prevén incrementos de radiactividad en Hawai, Alaska y las ciudades costeras de Canadá y Estados Unidos
(datos de la Nuclear Regulatory
Commission), no todos están seguros de estas afirmaciones.
Un problema
esencial es definir cuando se apaga un reactor nuclear. Cuando la reacción
nuclear en cadena se interrumpe, el combustible continúa generando alrededor
del 6% de calor (en relación a cuando se halla en funcionamiento). Este efecto
está causado por la radioactividad, la liberación de partículas subatómicas y
los rayos gamma.
Cuando se
para un reactor (shut down), un
complejo sistema de bombeo expulsa agua caliente desde los vasos que rodean el
núcleo del reactor hasta un intercambiador de calor; mientras un río (o el
océano) proporcionan el agua fría para la refrigeración.
Por
desgracia, en los reactores japoneses, tras perder el suministro eléctrico,
este sistema no ha funcionado. En lugar de esto, los operarios están vertiendo
agua marina en los vasos del reactor, dejando que el agua hierva y se evapore.
Pero con la ebullición aumenta la presión. Deben liberar el vapor a la
atmósfera para poder verter más agua fría. El procedimiento es conocido en
inglés como “feed and bleed” (traducible por: “alimentar y desaguar”).
Cuando el
combustible está intacto, el vapor liberado tiene una mínima radiactividad.
Pero, en las circunstancias actuales, el vapor contiene elevados índices de
radiactividad.
Otro problema
añadido es que los reactores nucleares japoneses (así como algunos en Francia y
Alemania) funcionan con un tipo de combustible conocido como mox, mezcla de óxidos, que incluye
plutonio reciclado. No está claro si los reactores estropeados funcionan de
esta manera; pero, si es así, el vapor que liberan es mucho más tóxico.
Fukushima fue diseñado por General
Electric. En este tipo de centrales, los sistemas de refrigeración se
hallan en una especie de sótano; y en la planta japonesa de Fukushima Daiichi, ha resultado inundado
por el tsunami.
La central
más gravemente afectada tenía una serie de errores de diseño que ahora,
tristemente, han sido conocidos: los generadores diesel estaban situados en una
zona baja, en la confianza de que los muros de contención de la central nuclear
serían suficientes para frenar el ímpetu del mar. No fue así ante el tsunami;
los generadores quedaron inundados y inutilizados. A las 15:41 horas del
viernes, apenas una hora después del terremoto, toda la región fue golpeada por
un maremoto; y los generadores de la central dejaron de funcionar. Según Tokyo Electric Power Company, la planta
comenzó a usar automáticamente el sistema de enfriamiento de emergencia que
opera con baterías, pero éstas se agotaron pronto.
La
preocupación entonces fue que el combustible hubiese quedado retenido en una
especie de charca enfriada en una de las plantas del reactor, haciendo posible
la liberación de rayos gamma, muy dañinos. Entonces los niveles de agua en el
interior de los núcleos del reactor comenzaron a descender. Algunas barras de
material radiactivo habían quedado expuestas al aire, situación que acarrea un
grave riesgo de fusión del núcleo de fisión.
La mañana del
sábado en Japón se conoció que los sistemas de enfriamiento en Fukushima Daiichi estaban comenzando a
fallar; y que la presión en el reactor número 1 estaba aumentando más de la que
se podía aliviar dejando escapar vapor radiactivo.
Hacia las 4
de la tarde (siempre hora nipona) las cámaras de televisión captaban una
explosión en el reactor número 1, causado por una sobrecarga de hidrógeno. Fue
espectacular, aunque solo entraño peligro para los trabajadores de la central.
Según comunicó Tokyo Electric’s a la
Agencia Internacional de Energía Atómica, la explosión no dañó el núcleo del
reactor. Las paredes del edificio exterior salieron despedidas por la
explosión, lo que se considera normal en esta situación. Están diseñadas para
romperse antes de que una presión excesiva pueda estropear los vasos que rodean
el reactor que contiene las barras con el material radiactivo.
Sin embargo,
la explosión fue así mismo una dramática advertencia de lo ocurriría si el
núcleo no se pudiese seguir refrigerando. La Agencia Internacional de Energía
Atómica comunicó que Tokyo Electric
había propuesto inyectar agua marina mezclada con boro, para limitar el
deterioro del núcleo del reactor. El boro contribuye a detener las reacciones
nucleares. Este proceso se inició en la medianoche del sábado.
El agua del
mar es corrosiva. La decisión llevaba implícita, pues, la inutilización de la
central nuclear. Pero, aun asumiendo esto, la operación no era sencilla.
El bombeo de
agua fue complejo, pues la presión en los vasos que rodean el núcleo del
reactor era demasiado elevada. El domingo no estaba claro cuánta agua se había
conseguido introducir; y si ésta era suficiente para cubrir los núcleos.
Para mayor
complejidad, los sensores para determinar cuánta agua había en el núcleo del
receptor habían resultado dañados durante el terremoto o el tsunami posterior.
Y, además,
los trabajadores involucrados en estas tareas han sufrido importante
contaminación radiactiva.
Este artículo
puede quedar obsoleto por los acontecimientos que sobrevengan.
Zaragoza, a 15 de
marzo de 2011
Dr. José
Manuel López Tricas
Farmacéutico
especialista Farmacia Hospitalaria
Zaragoza